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Monday, February 29, 2016 (read 44064 times)
 

Un vistazo al estilo indirecto: recordando cosas. 1

by Lauris

En muchas ocasiones me he encontrado con alumnos que, aunque ya habían trabajado en las técnicas del discurso referido y en teoría conocían la dinámica de la cosa, sin embargo la aparente simplicidad de las reglas del juego en este caso suele esconder una estructura que se fía demasiado en la memoria, del tipo “en el estilo directo aparece esto y en el indirecto, lo siguiente, así, sin más más ni más menos. Ahora vamos a practicarlo”… y bueno, la verdad es que en muchos casos funciona. Pero a mí –y creo que a bastantes estudiantes también- me parece que cualquier cosa que se confía exclusivamente en la memoria puede presentar “grietas” muchísimo antes que cuando se comprende el porqué de las cosas. Lo que se aprende de memoria, se puede olvidar; lo que se comprende, difícilmente se olvida.

Cuando los profesores de ELE intentamos explicar los entresijos del discurso referido, con frecuencia nos enfocamos casi exclusivamente en las transformaciones que se producen en los tiempos verbales, lo que es en parte lógico ya que son estos cambios los que producen la cantidad más relevante de errores en nuestros alumnos. Pero a veces dejamos un tanto de lado unas cuestiones previas que vamos a recordar ahora siguiendo el razonamiento lógico que suelo usar en el aula.

Veamos. Con frecuencia, en la comunicación verbal, el hablante no sólo dice lo que piensa o lo que necesita, sino que tiene que repetir lo que otra persona ha dicho. Esta necesidad de transmitir información es lo que llamamos el Estilo Indirecto o Discurso Referido. Normalmente lo que debemos hacer es repetir una información, que no deseamos que se vea alterada en lo sustancial, pero dejando bien claro a nuestro interlocutor que nosotros, el hablante, no tenemos nada que ver en lo dicho, que somos meros intérpretes.

Para ello es importante reflexionar sobre un hecho, que de puro simple puede resultar sorprendente: hemos de mantener la información pero alterando las referencias que tienen que ver con la persona que crea el mensaje, en sus contextos temporal y espacial, para que no pueda haber confusión posible con el mero transmisor de la información. Podemos recordar la función de un intérprete que, en una situación de interpretación simultánea o consecutiva, tiene que traducir lo dicho por uno de los interlocutores de manera que el otro comprenda todo lo expuesto como si lo escuchase directamente de los labios del hablante original.

Para aclarar bien las cosas, planteamos la siguiente pregunta: En una situación de comunicación verbal oral, ¿cómo se llama la persona que habla?... aquí suele haber miradas ojipláticas y un silencio que se podría cortar hasta que algún kamikaze se atreve a decir: “¿Yo?”, a lo que sigue un ¡Muy bien! de nuestra parte. Y seguimos: ¿cómo se llama la persona que escucha?, y ahora ya más rápido se escucha un “Tú”, que aplaudimos recordando que también podría ser “Usted”. ¿Y cómo se llama la persona que no está o que no participa en la conversación?, “él o ella”, claro.

Entonces recordamos que en nuestra función de intérpretes, no podemos caer en el error de mostrar nuestra opinión sobre el mensaje, con lo que el uso de YO está vedado, y si estamos de acuerdo en que la persona TÚ se define siempre relacionada con el hablante (yo), ambas personas quedan invalidadas en nuestro mensaje. Generalizando, y teniendo en cuenta que los casos en los que repetimos nuestras propias palabras o las de nuestro interlocutor pueden aparecer por nuestro horizonte, en cuyo caso el sentido común tiene que ponerse a trabajar, podemos simplificar la cosa reduciendo todo a las terceras personas.

Un paso más es cuando planteamos la pregunta: “¿Cómo se llama el espacio donde está YO?”, aquí/acá, y ¿cómo se llaman las cosas que están aquí?, este, esta, esto. Y ¿cómo se llama el espacio de TÚ?, ahí y las cosas que están ahí son ese, esa, eso. Deducimos que todo, otra vez, se reduce a allí/allá y a aquél, aquella, aquello.

En otras lenguas vecinas de la nuestra es habitual que cuando se pregunta a uno: “¿Vienes esta noche a mi casa a cenar?” se obtiene una respuesta como “Claro, ¿a qué hora vengo?”, cosa que suena a demonios en español, porque habría que cambiar el verbo en la respuesta por un “Claro, ¿a qué hora voy?”, mostrando la alternancia entre IR y VENIR, LLEVAR y TRAER. Este detallito, que con frecuencia produce errores en nuestros estudiantes, incluso de niveles altos, no es baladí y hemos de reflexionar que cuando estamos realizando las transformaciones necesarias para elaborar un estilo indirecto (o discurso referido) como Dios manda, si hemos aceptado que el uso de YO, AQUÍ y ESTE quedan vedados, lo mismo ha de ocurrir con VENIR y TRAER, que se definen como “dirigirse en la dirección de la persona que habla (yo)” y “transportar algo en la dirección de la persona que habla (yo)”. Hemos, pues, de sustituir la forma de VENIR por la de IR (en dirección de él/ella) y la de LLEVAR.

Si hasta ahora está claro, bien. La próxima semana entraremos en las cuestiones que hacen referencia al tiempo y los cambios que ello comporta.


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